Nada era más reconfortante para Fernando que llegar a casa y encontrar a su esposa, verle escribir sus guiones de telenovelas frente a una vieja underwood y compartir con ella cualquier escena de la vida conyugal.
Botero de oficio y cincuentón organizado, Fernando se despertaba en la madrugada, bien temprano, y arrancaba con su cadillac 58 a la lucha diaria, en trayectos que iban de la terminal de trenes de La Habana hasta Guanabo. Seguir leyendo
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